Yo no soy un babacho, no soy un ciruja,
lo que pasa es que tuve algunos problemas:
un palo en la cabeza que me dieron las vecinas
por haberme atrevido a espiar en sus bombachas,
compañeros de la escuela que se iban de mi lado
cuando hacíamos la ronda (decían que mis dedos
estaban arrugados y apestaban a creolina),
un tío un poco idiota que chorreaba las paredes
con el locro del invierno que tragaba a cucharadas
los domingos de mayo.
Y yo nací en mayo y fue domingo, debe ser
que esa mugre de mi tío se prendió en mi cabeza
porque ahora la gente me choca en la ruta
y me deja tirado y me dice babacho.
Está bien que soy pobre y no tengo aparador
ni moto ni casa para guardar chucherías
pero no soy un babacho: me gusta el basural,
esa junta de gomas, costra y carretadas
de arpillera y alambre poco iluminado
por las noches, cuando no pasa nadie,
ni siquiera un ratón, y chupo solitarias
cáscaras de papa, y pienso que vivir
es lo que me gusta, y esperar la tormenta,
y hacer el amor con todo lo que pasa
en mi cabeza: la pelusa
que les crece a los niños al salir de la escuela, el dobladillo
del batón de las abuelas que se arruga cuando esconden caramelos, la pintita
de sangre en el hocico del cuis que escarba una trinchera, la corteza
mojada del lapacho al que me trepo cuando hay viento, las gotas
de la lluvia que me pegan en la cara como agujas,
yo me dejo,
me hago lazo,
me dejo acariciar y meto la piel mía
en todo lo que sea cóncavo en el mundo.