Es la Tierra que canta. No hablo de los hombres,
de los árboles. Ni siquiera de las tribus desbordantes
de ácaros, del plancton que formó a humildes
bocanadas el oxígeno. Antes de toda vida
de carbono, cuando los viejos vientos
azotaban la corteza poblada de volcanes
y de océano, cantaba. Antes, aún, del aire,
esta piedra pulida por el tiempo, arrojada
por la honda primaria de las gravitaciones,
cantaba. Antes de que la Luna la observara
de todas direcciones, de que los astros libres
volaran a su encuentro y marcaran en cráteres
el final de su viaje, cantaba. Antes de ser sí misma,
cuando era polvo y gas girando frente al rostro
crematorio del Sol, cantaba. Era apenas canción,
y en esto igual a todos, un sonido improbable
en medio del mayor de los desiertos,
vibrando como un grillo
en la mano impasible de la Nada.

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