Romper el hielo
era su especialidad.
Contaba intimidades
de la vida familiar,
bromas, grandes pavadas,
era capaz de perder el tiempo
de mil maneras y de pronto
estábamos en medio del tema,
el problema por el que yo
buscaba su consejo,
no sé si más tranquilos
pero al menos relajados.
Podía ganarse la vida
como animador de fiestas,
pero se había recibido
de abogado cum laude.
Cada vez que me encuentro
con personas que hablan mucho
lo recuerdo, esas personas
que no se escuchan y tardan
en darse cuenta de lo que dicen.
Si es que se dan cuenta.
No soportaba a su mujer,
se explayaba al respecto,
pero la idea de levantarse
por la mañana y no ver
a los hijos contenía
las ganas de mandarse
a mudar porque hay cosas,
decía, que pasan una vez
en tu vida y no se repiten.
Esa era su gran lección.
Fue algo que se le escapó,
un pensamiento en voz alta
que no me iba a servir,
más bien lo contrario,
todo lo contrario, tanto
que no lo puedo olvidar.
Sé lo que hago, entonces,
cuando me alejo de los que hablan
y te dejan solo con lo que dijeron,
un peso imposible de levantar.
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