Apenas un mordisco
y empieza el viaje.
Mis dos hermanos y yo escupimos las semillas
hasta pasar la red imaginaria
que cuelga entre dos banquitos de madera.
Nuestras manos chorrean un juguito dulce
nuestras bocas, inmensas
se tiñen de rojo brillante.
A pura carcajada
vencemos el miedo
a que nos crezca una sandía en la panza.
¿Será que la máquina del tiempo
a veces es una fruta
con gusto a verano de la infancia?
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