jueves, 6 de noviembre de 2025

Luciana Tani Mellado Palma: LAVANDA

1.


No tengo nada en contra mío

pero le pongo empeño

en derrumbarme

a veces

como la lavanda

sobre su tallo

leñoso

y retorcido.


Rodeo con la mirada

la planta

que en una esquina

del cantero

se yergue

y se derrama

hacia la calle.


Abro la canilla y empiezo el riego.


La tierra quiere conversar:

quien habla no está muerto.


Me contento con entrever

un modo de existencia

aunque me falte

el lenguaje.





2.


Abandono el deseo

de abandonarlo todo.


Armo un ramo de lavanda

y recojo las sobras de cada espiga

toda molida como la fe.


Me gustan las flores apenas cortadas,

cuando su vida existe

lejos del cuidado

y las expectativas de futuro.


Miniaturas violetas,

sus despojos fragantes

se desarman adentro de mi mano.


Las huelo y florece en mí

un recuerdo que se vierte

en cada gota de agua.


La presión del riego es fuerte

como la orina de un potrillo.


Una luz modesta tiembla

entre los árboles.


La lluvia de la manguera golpea

la fragilidad de las flores pequeñas.





3.


Mi abuela guarda en la cartera

un cordón umbilical

y unos mechones

de pelo.


Hojas secas de la vida.


Podría escribir con las plantas

un libro de preguntas.


Para existir necesita

ser nombrado.


Una mujer sin lengua

crece en la corteza

que habla.


El agua orienta al agua,

el aire orienta al aire.


Yo no puedo orientarme

a mí misma.


Corto mi cabeza como una flor.


Quiero restituir un orden.


Riego el silencio de las flores 

con palabras.


Amenazo la bondad de la naturaleza.


También tuve lagartijas en mi infancia

pero ellas no me hablaron

ni me dijeron madre.


La lavanda crece mejor

en suelos secos.


Oscurece.


Me animo a silbar

aunque sea de noche.



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