Anoche mi mamà se me apareciò
en un sueño. Alegre como una muchacha
de veinte, y ya habìa pasado los setenta.
Me dijo: Vine a decirte que estoy bien.
Que los muertos no nos pasamos
la eternidad echados panza arriba
mirando la noche. Que trabajamos
mucho, me dijo, para que allà en
la tierra no falte el pan, ni un techo
digno, para los que menos tienen.
Y donde se abre un corazòn herido,
ahì estamos, para barrer la oscuridad.
Ya no limpio casas, mugre ajena, para
sobrevivir, pero abro todos los dìas
una cocina de luz donde amasamos
el pan.
Es que en el cielo no hay injusticias.
Se terminò. Acà en el cielo somos todos
peronistas, Os. Creeme. Ni los ricos ni los gorilas,
como dice la profecìa, entran. Solo los de buen
corazòn. Los de buen corazòn... repetìa
mi mamà. La voz amplificada, como en una
pelìcula de Leonardo Favio. que hermoso
todo lo que me decìs, mamà. Que hermoso.
Le decìa yo, llorando. Que hermoso. Pero no
llores, me decìa ella. Pronto voy a volver.
Ahora tengo que hacer unos guisitos para
los chicos del barrio. Y vos sabès que hago
unos guisos fabulosos. Sì mamà, siempre
me acuerdo de tus guisitos, le decìa yo
a mi mamà, llorando, mientras ella
cruzaba el cielo a toda velocidad, cantando,
como no podìa ser de otro modo, la marcha
peronista. La canciòn màs linda del mundo,
segùn Dios y segùn mi mamà, que picaba
la cebolla y cantaba, cantaba, como una loca,
todos unidos triunfaremos, muerta de risa
como ahora, en su panaderìa de luz.
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