He intentado protegerme del amor
como de los ladrones:
poniendo rejas
en todas mis ventanas.
Así entraban el viento, los susurros,
la mansa claridad del mediodía
con aparente libertad por los barrotes.
Estar completamente a salvo
exigía reforzar la puerta.
Incorporar una verja de metal
a prueba de ganzúas.
Por fin me siento invulnerable
a la amenaza exterior.
Queda por resolver
cómo salvarme
si la casa se incendia.
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