sábado, 4 de octubre de 2025

María Teresa Andruetto: GENEALOGÍA

Tengo una foto del casamiento de mis padres,

él con traje oscuro y el pelo peinado a la gomina. Ella

de trajecito claro y una boina (con un moño grande,  a cuadros),

la sonrisa perfecta, los ojos bajos, una cartera pequeña

en una mano (la otra mano enlazada a la mano de mi padre).

Con los ojos renegridos y las cejas grandes, a él parecen

molestarle los reflejos del sol en esa tarde. Sé que es abril,

que están frente a la plaza, la sombra de sus cuerpos

se estira en el mosaico, hacia la tapia.


Ella lleva debajo una blusa blanca. Antes

de esa tarde, vendió una cadena de oro de su abuela

para hacerse el anillo de bodas. Si te gusta el oro,

no soy hombre para vos, dijo mi padre.


Antes, mi padre le dio un echarpe de su madre, de color azul

y grana. Si nos dejamos lo quiero de regreso, es un recuerdo

de la madre de mi madre.


Antes, un hombre golpeó la puerta de la casa de mi abuela,

allá en el pueblo, buscando a una amiga de su madre

y se encontró con mi madre.


Antes, ese hombre que venía de otro mundo,

le pidió a mi madre que fuera a la ciudad para conocerla,

pero mi madre le dijo que una buena chica  no se movía

de su casa.


Antes mi madre juró y juró que no se casaría con nadie.

Era hermosa como una potranca en la llanura y enseñaba

a leer con un peinado de trenzas recogidas.


Antes su madre se inclinó a fregar  junto al arroyo

para alimentar a los hijos y al marido, y antes de eso

se le enfermó el marido. Era un hombre flaco como un pájaro

que no podía oler la sopa de porotos, ni la flor del paraíso,

ni el heno que enfardaba ni las hojas satinadas

de los plátanos. Íbamos a verlos los domingos, mi madre

nos llevaba; hablaban piamontés en una casa oscura,

con piso de ladrillos y un patio con glicinas.


Antes los padres de mi madre emparvaban alfa

en Campo Yucat  y antes la madre de mi madre

tuvo a su primer hijo cuando era apenas una niña.


Antes, su madre casó a la hija casi niña con un hombre

bueno, el más bueno que encontré, decía,

sin preguntarle  a esa niña nada.


Antes la madre de la madre de mi madre viajó con su hija

pequeña en la bodega de un barco y después atravesó los campos

como una peregrina, detrás de una máquina de trilla;

y antes escapó de su pueblo con su hija, para que no la casaran

con un hermano del marido.


Antes, en un lugar llamado Casas Viejas, se le murió el marido

y ella se ató un cilicio en la cintura. Cuando yo era niña,

aún vivía,  aferrada a un misal y un relicario con pelos

de Santa Cecilia. Era poco agraciada la madre de mi abuela,

la cara angulosa, los ojos hundidos, la boca, pero alguna vez

fue joven y robusta, un animal para el trabajo

cuando conoció al marido.


Antes ella no tuvo padre y juró que, si tenía hijos,

los hijos tendrían otra vida. Y antes fregó los suelos

de una iglesia y fregando conoció los libros. Los evangelios,

La Filotea, La vida de Santa Cecilia (y se escondió en el pecho,

tal vez robada, esa reliquia, unos pelos de la santa

en una cajita)


Antes fue campesina y ayudó a su madre a cuidar dos vacas

que tenían y antes su madre arrancó raíces

de entre las piedras, para alimentarla.


Encontré una foto de esa mujer, una foto borrosa,

amarillenta. Dijo mi madre que le dijeron

que la sacó el cura de Casas Viejas. Es la foto de una campesina

joven, ya con la espalda curva, una mujer muy flaca,

con la quijada hacia adelante, husmeando como un perro

y los ojos, ay los ojos,  tan despiertos, como una rata

o una ardilla, ojos alertas como los de una perdiz

o los de un tero.



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