Qué risa
cuando la abuela se confundía
y en lugar de mi nombre
se le caían de la boca
los nombres de sus hijos
y los de sus otros nietos
y a veces
hasta el nombre de su esposo
qué risa porque para decir mi nombre
tardaba como treinta siglos.
Yo creía que se confundía.
Hoy sé la verdad.
Esas verdades que la vejez oculta
por decoro, por amor, por las dudas.
Hoy, que también yo tengo la boca llena
de amores,
hoy lo comprendo.
Cuando los viejos
largan una retahíla de nombres:
no se confunden, no es chochera,
es que los llaman a todos juntos.
Como si
nombrándolos de pronto la familia
se juntara de nuevo.
Como si nombrándolos
se acercaran los que están lejos de la patria
o volvieran a casa los que murieron.
Por eso nombra a todos cuando llama a uno.
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