lunes, 6 de octubre de 2025

Tina Elorriaga: el cielo que se aleja

En el misterio cerrado de la noche

desde la luna

el niñito Dios la virgen y el burrito

me cuidan


a la siesta 

los secretos del monte me atraen


mi cuerpo tiembla como praliné 

burbuja de fuego

puro vértigo fundiéndose en el bronce


la infancia 

y el deseo de una casita

de ir a la escuela


sombría la lujuria se demora en mi cuerpo

el cielo se aleja

todo se aleja


como un caracol en el infierno

arde mi sueño de ser niña.



domingo, 5 de octubre de 2025

Silvio Mattoni: EPIGRAMA

¿Qué podría escribirse que no fuera

absurdo o vergonzoso? Uno que hace

versos y frases con las mismas manos

que se domesticaron durante años

y acá yace ese nene que trazaba

sus círculos y rayas, prometía

que siempre lo iba a hacer, que cortaría

partes de él para los nombres muertos

pero al final caerá como un viejito

que se quiebra y sus huesos harán ruido

de risa rápida, de perro atragantado

cuando se raspe el pelo de su nuca

contra el áspero suelo. Rema o rima

en un bote en un lago artificial

para llevarle a la madre otro libro

y a su hija papeles de un archivo.


Todos los que escribíamos entonces

copiamos a cualquiera en cualquier lengua,

pudimos darnos cuenta, el botecito

ahora se dio vuelta, y nos hizo invisibles

los unos a los otros. Están lejos,​​ 

no somos un conjunto, nuestros hijos

se van. Ya solamente queda

un ritmo que araña esta superficie

y el cuerpo busca otra mano, la suya,

pasión patética y melodía melosa

de canciones oscuras que me manda

ella con su fonía de péndulo rojo

para que por la noche le devuelva

una emoción que cure, demasiado

rígida: es una chica que nació

en este mismo insólito lugar.​​ 


Su pelo que susurra pareciera

escribir en el aire un verso vivo.​​



sábado, 4 de octubre de 2025

María Teresa Andruetto: GENEALOGÍA

Tengo una foto del casamiento de mis padres,

él con traje oscuro y el pelo peinado a la gomina. Ella

de trajecito claro y una boina (con un moño grande,  a cuadros),

la sonrisa perfecta, los ojos bajos, una cartera pequeña

en una mano (la otra mano enlazada a la mano de mi padre).

Con los ojos renegridos y las cejas grandes, a él parecen

molestarle los reflejos del sol en esa tarde. Sé que es abril,

que están frente a la plaza, la sombra de sus cuerpos

se estira en el mosaico, hacia la tapia.


Ella lleva debajo una blusa blanca. Antes

de esa tarde, vendió una cadena de oro de su abuela

para hacerse el anillo de bodas. Si te gusta el oro,

no soy hombre para vos, dijo mi padre.


Antes, mi padre le dio un echarpe de su madre, de color azul

y grana. Si nos dejamos lo quiero de regreso, es un recuerdo

de la madre de mi madre.


Antes, un hombre golpeó la puerta de la casa de mi abuela,

allá en el pueblo, buscando a una amiga de su madre

y se encontró con mi madre.


Antes, ese hombre que venía de otro mundo,

le pidió a mi madre que fuera a la ciudad para conocerla,

pero mi madre le dijo que una buena chica  no se movía

de su casa.


Antes mi madre juró y juró que no se casaría con nadie.

Era hermosa como una potranca en la llanura y enseñaba

a leer con un peinado de trenzas recogidas.


Antes su madre se inclinó a fregar  junto al arroyo

para alimentar a los hijos y al marido, y antes de eso

se le enfermó el marido. Era un hombre flaco como un pájaro

que no podía oler la sopa de porotos, ni la flor del paraíso,

ni el heno que enfardaba ni las hojas satinadas

de los plátanos. Íbamos a verlos los domingos, mi madre

nos llevaba; hablaban piamontés en una casa oscura,

con piso de ladrillos y un patio con glicinas.


Antes los padres de mi madre emparvaban alfa

en Campo Yucat  y antes la madre de mi madre

tuvo a su primer hijo cuando era apenas una niña.


Antes, su madre casó a la hija casi niña con un hombre

bueno, el más bueno que encontré, decía,

sin preguntarle  a esa niña nada.


Antes la madre de la madre de mi madre viajó con su hija

pequeña en la bodega de un barco y después atravesó los campos

como una peregrina, detrás de una máquina de trilla;

y antes escapó de su pueblo con su hija, para que no la casaran

con un hermano del marido.


Antes, en un lugar llamado Casas Viejas, se le murió el marido

y ella se ató un cilicio en la cintura. Cuando yo era niña,

aún vivía,  aferrada a un misal y un relicario con pelos

de Santa Cecilia. Era poco agraciada la madre de mi abuela,

la cara angulosa, los ojos hundidos, la boca, pero alguna vez

fue joven y robusta, un animal para el trabajo

cuando conoció al marido.


Antes ella no tuvo padre y juró que, si tenía hijos,

los hijos tendrían otra vida. Y antes fregó los suelos

de una iglesia y fregando conoció los libros. Los evangelios,

La Filotea, La vida de Santa Cecilia (y se escondió en el pecho,

tal vez robada, esa reliquia, unos pelos de la santa

en una cajita)


Antes fue campesina y ayudó a su madre a cuidar dos vacas

que tenían y antes su madre arrancó raíces

de entre las piedras, para alimentarla.


Encontré una foto de esa mujer, una foto borrosa,

amarillenta. Dijo mi madre que le dijeron

que la sacó el cura de Casas Viejas. Es la foto de una campesina

joven, ya con la espalda curva, una mujer muy flaca,

con la quijada hacia adelante, husmeando como un perro

y los ojos, ay los ojos,  tan despiertos, como una rata

o una ardilla, ojos alertas como los de una perdiz

o los de un tero.



viernes, 3 de octubre de 2025

Franco Rodríguez: ZONA DE SOMBRA

El sol rebota en el asfalto

de la siesta radiante

camino al laburo.

Está hermoso para un porrón

y yo

camino al laburo.

Como siempre

voy demasiado abrigado.

Me cruzo

a la zona de sombra

porque no me gusta

sacarme la ropa

en la calle.

Veo una torcacita muerta

y una más allá

como velándola.

Pienso si las palomas

serán como los elefantes

que lamentan a sus muertos,

como nosotros.

Llego a la escuela,

saludo a los estudiantes.

Empiezo la clase,

el tema es acentuación,

se nota que no me apasiona.

Los estudiantes me miran

como velándome.



María Victoria Colodio: "no todo se trata de vos"

Una pequeña semilla

plantada

enterrada

se hace invisible

crece

con el agua

de lluvia

aunque la hayas olvidado

y la desmerezcas

pronto te muestra

que se hizo árbol

y que comés

de su fruto

para que te acuerdes

que no todo

se trata de vos.




miércoles, 1 de octubre de 2025

Patricio Emilio Torne: LOS QUE CAMINAN Y EL CARNICERO

Se camina como todos los días, sin embargo

hay piedras muy pequeñas que al pisarse,

alteran el ritmo, desacomodan el envión con que se va,

y ya nada es igual.

En un descuido la tarde te devora

sin tener en cuenta tu estado, aún a costa de cuidarte

como esos enfermos que toman conciencia

de sus limitaciones.

El carnicero, por su parte, esgrime su habilidad

con la cuchilla y corta como un maestro de ceremonias

la bola de lomo, el cuadril y otros pedidos

desarmando la media red.

Él es un hombre común y no tiene tiempo

de salir a caminar, llega cansado a su casa,

le duelen las piernas, las articulaciones,

el frío de la cámara surte su efecto,

él prefiere acostarse sin pensar demasiado.

El carnicero es un hombre atento

y a juzgar por la fuerza que demuestra

cuando levanta las reses hasta colgarlas del riel

que hay detrás del mostrador, también está

en un estado excepcional. El sabe de cortes

y cierta calidad en la carne que le sirve

para mantener sobre su persona una simpatía

que las clientas no tienen con cualquiera.

Las clientas sí tienen maridos que caminan

por la tarde. Ellas les eligen la indumentaria

deportiva, y las zapatillas que aún

de buena calidad no pueden evitar los efectos

de una piedra muy pequeña cuando es pisada.

La piedra tiene la virtud de poner a todos

en el lugar de cualquier hijo de vecino,

sabe bien que todos tienen su talón de Aquile,

un esguince es la señal de los efectos

que puede provocar.

Es probable que el carnicero tenga problemas

severos de salud, que tenga que dejar de trabajar,

y hasta es posible que muera antes

que cualquiera de los maridos de las mujeres

que conforman su clientela. Si caminara

todos los días, quizá evite estos desenlaces

que enojan a esas mujeres que tiene que armarse

de paciencia hasta acostumbrarse a ese muchacho

joven que vendrá a reemplazarlo

sin ser tan efectivo con los cortes solicitados,

dándoles el más magro de los trozos de carne.

Sus maridos no saben de estas cosas,

pero están convencidos que deben caminar

todos los días para evitar terminar como el carnicero

ese del que le hablan sus mujeres,

y en el fondo sienten que hay un riel

invisible donde ellos se trasladan igual que reses

terminando por satisfacer alguna necesidad.



Claudia Bakún: PLEGARIA (to fall in love)

Que no caiga yo en la tentación, señor

de petrificarme ante el amor

ese, muy lejos

como una luna

una nube, un ángel o montaña

perdido, difuso o imposible. 


Que no me petrifique yo, señor

ante el amor 

ese, ciego 

que extiende sus manos a la nada.


Que no me quede yo petrificada

en un dictamen, 

señor, que no me quede

que no caiga yo en más tentación 

que la de amar, señor.


Que caiga yo

en el amor

de cuerpo entero.




Tina Elorriaga: el cielo que se aleja

En el misterio cerrado de la noche desde la luna el niñito Dios la virgen y el burrito me cuidan a la siesta  los secretos del monte me atra...