Nos desacostumbramos a los sonidos del monte,
al poco cuerpo de la oscuridad,
clavamos nuestros sollozos como espinas
en los pliegues de un idioma que no conocemos
para marcar un camino,
nosotros,
los que no sabemos llorar.
Nos desacostumbramos a los sonidos del monte,
al poco cuerpo de la oscuridad,
clavamos nuestros sollozos como espinas
en los pliegues de un idioma que no conocemos
para marcar un camino,
nosotros,
los que no sabemos llorar.
Todo ha sido un ensayo. (Leo Petrovelli)
Prueba y error. Prueba y error.
Lo único impredecible ha sido
la mordedura del perro y la sangre
a la luz de la luna.
En el escenario frío y vacío,
tuve que improvisar, y recité
dos poemas de amor y uno de guerra
y sólo ahora comprendo que eran
tres poemas de guerra
y tres poemas de amor.
El ensayo ha sido arduo.
Horas y horas. Días y días.
Más todavía no estamos listos
para estrenar. «Siga recitando
y cúrese esa pierna».
Me dijo el director antes de apagar la luna
y yo no supe qué hacer primero, así
que ensangrentado recité
frente a las butacas vacías
y en la más completa oscuridad.
Mandé una invitación
y no tuve respuesta.
El otro no leyó o no quiso.
Me parece ver una sombra
Cuando busco algo dulce y miro
para el costado mientras abro
la heladera, no es la primera vez
que me pasa
los cambios de la luz
se confunden con una especie
de presencia
que interroga,
mis propias preguntas
avanzan por el patio vacío
¿hay algo que se mueve?
¿estás preparado
racimo
para el vino?
nube escondida
en la sucesión de noches
diáspora del cuerpo
es la herida
¿temes o deseas
flor
la llovizna?
sentido imaginario
última excusa
temor de encontrar
en el lugar vacío
Ahora
cuando me desvisto
de madre de hija de mujer
y acomodo la piel junto a las zapatillas
y todas las responsabilidades
lloro
pero no hay pena
es el regreso a la cuna primera del tiempo desnudo de memoria y razón
es solo un momento
ya vuelvo
perdón.
Cerca de Catriló gira un cardorruso,
mi abuela, maestra, va de un pueblo al otro,
el conductor del auto putea
por las condiciones del camino,
mi abuela se espanta, me lo cuenta
en Mar del Plata, mi madre estaba en casa.
Tiempo atrás dos changas tupamaros
al entrar a la obra son advertidos
por el tamaño de sus respectivos cuchillos
—son para comer —
aducen como respuesta definitiva.
En el mismo lugar Sofanor el sereno
trabajó durante dos años en una cochera
llamada Jamemu donde se caracterizaba
por su gestos para dirigir
el estacionamientos de los autos,
su cuarto tenía las paredes de telgopor
y en ella después se colgarían pósters
de una marca denominada Robert Lewis.
Una tarde después de terminar
el encofrado con el mismo testigo
hablaron de La Pampa
con Antílopes y bueyes de agua,
del estímulo externo en el horizonte de sucesos,
de la simultaneidad de posesión y desapego.
Mientras en otra zona hablábamos
de un tiempo que nunca llegaría,
pensábamos en acompañar al pasado
en su acceso al futuro para aislarlo
en un eslabón sin posibilidades
de trasladar sus propiedades
a lo largo de una historia común
a toda una especie. Tiempo que es materia
y tecnología paralela:
simultaneidad del desconcierto
que aunque parece sacrificio
no es otra cosa que una conexión ocasional.
📚 En "La sexta armonía"
una vez quedé muda me habían dejado en un patio a la intemperie mis pezones tiritaban como inviernos y encontré un camino una frazada un té caliente un sueño en el que me contabas que podías ayudarme a florecer dándome un hijo el barro fortalece me decías y yo: no hay dónde apoyar: la grieta está en la grieta el agua está en el agua todo se pierde dentro de sí mismo en mi cuerpo
*
sueño para escribirte o escribo para soñarte ambas sonoridades sin pleito caminan sobre la almohada y modifican mi presente: me recuesto sobre el piso a lo largo de un zócalo oscuro y espero mis huesos en desorden la bondad de tu paciencia para reacomodar las piezas de mi introspección clavarte dentro de mí como una cicatriz de alambre
📚 En "El desvío y el daño", 2017
Todas las noches estrellas fugaces
encuentran el camino de mis ojos,
esta noche y las próximas noches
cuando fluya la sangre en alabanzas
de nuevos vientos cálidos
en las profecías del sueño.
Engendrados en la carne viva del incendio
abatido en muerte en el poniente terroso,
habrá palabras cortadas cerebros quemados
y cruces para los muertos,
los apiadados, los pretendientes,
espectros mortales naufragados
en el cruel altar del dinero,
los traicioneros del mar,
los obligados soberbios de la carne
abierta e ignorante del hombre verdadero.
Todos con cara de viento,
manos de pueblo, vientre con vientre,
ojo y dioses en torbellino siembran leyendas,
para cantar la marcha de las tormentas,
el canto de los pájaros, el destino de los ríos,
todas las noches, cada noche
como recompensa y por tanto estruendo vacío.
📚 En "Omnia Varitas", 2022
No, no cortaré las flores que crecen, abruptas, salvajes, en las praderas insomnes de mi corazón.
Aunque me ofrezcan tijeras de todo tipo, y me enseñen a usarlas en las más reconocidas escuelas.
No las cortaré. Y si me echan me voy. Y si me obligan, huiré.
Sépanlo, no temo. Ya no.
No hay ningún conocimiento más valioso para mí que el que crece en mi corazón, que sea como quiera, flor o fuego, sátiro o diamante, océano o gaviota.
Es igual.
No cortaré las flores que crecen en mi obstinado, en mi rendido corazón.
No duermas Federico,
vuelve a la pesadilla de la rosa enfrentando a un caballo,
las guirnaldas de marzo arriando la tormenta, la esquina de polvo donde Manhattan duerme.
Afila este puñal con tu ternura,
desguásame los días, porque en la calle, un toro sin piedad conmueve tu sepulcro.
No duermas Federico,
no seas la fiera que encendió los leños de Juana y martilló los clavos que me crucificaron.
No eres “aquél marica que se vestía de novia en la oscuridad de un ropero”,
ni la brizna ni el sauce que llora sobre el río,
ni el sapo de alabastro ni la mejilla quieta que soporta la herida.
Eres más que la noche y la muerte que busca despedirte del agua,
del sollozo del hombre que odia su propia suerte,
de la patria anegada por la sed y el engaño y la Babel que intenta llegar a mi costado.
No duermas Federico, ni siquiera lo intentes,
porque no duerme el Ángel de la Guarda,
ni duermen los caballos que Aquiles suelta al viento,
ni duerme la roldana grillando sobre el pozo,
ni duerme la muchacha de trenzas renegridas
porque no duermo yo, que estoy dormido.
El canelo es un árbol perenne de Sri Lanka.
Sus flores hermafroditas —blancas o amarillo verdoso
están cubiertas de pelos y su corteza —la parte que vale
es marrón grisáceo, leñosa.
La canela —que no es fruto como en otras plantas— se obtiene
de arrollar la corteza interna que se pela y se frota.
La rama de canela replica la corteza natural de su origen
que imita a su vez la corteza terrestre. Es lámina
más lámina que se enrosca hacia adentro
dejando sólo pequeños espacios para el vacío y el secreto.
Es el aroma el que se traslada
del árbol al pliegue laminado
de la lámina a la yema que la toca
de la mano a la nariz
al aire
cuando se moja.
En el campo las mujeres daban
a los niños canela antes de acostarlo
para que durmieran profundo y pudieran ellas
salir a trabajar sin que las vieran.
Guarda la canela lo sublime del cuidado
un refugio en ausencia de amparo
un resuello tibio en el desánimo.
Esta mañana de verdad me bastan
pocas cosas, sabidas y preciosas:
el humo y el sabor del café negro
en el tazón azul sobre la mesa,
entreoír la presencia
de la mujer y de los hijos
en la respiración acompasada
que late en las habitaciones;
las ventanas de par en par abiertas
a la luz y los árboles de octubre,
y ahora, hace un instante, descubrir
esos brotes primeros del geranio
rojo que traje de la casa blanca,
del patio aquel donde jugué de chico.
Usabas camisas color café
jeans gastados
mocasines negros.
Me llevabas en el falcon verde del ´65
con la chapa picada que dejaba ver el asfalto
pasando rápido bajo los pies.
A veces lo que te crecía adentro
te ponía nervioso y me pegabas cachetazos
yo te odiaba.
Pero ahora que no estás te quiero.
Te olvidé
para hacer de cuenta que podía seguir adelante
tener la vida normal de una chica de diez años.
A veces volvés en la tarde
y me esperás a la salida del trabajo
apoyado contra una pared fumando un cigarrillo
con tu camisa color café, marcando en el diario
resultados de viejas loterías
y películas de Polanski.
Nos saludamos, tomás mi bolso, pesado
y nos vamos tomados del brazo
caminando despacito
sin que nadie pueda decir
que estás muerto.
leamos los (puntos suspensivos)
como lo que completa la fotografía de un café
y sus circunstancias. en el agua
ondularon palabras y más.
no habría forma más perfecta de seguir
ese curso que nadie ha limpiado
ni limpiará. la cercanía es impensada
para aquello que acontece sin memoria
de un trayecto. de todos modos
basta con el relámpago de saberse en un lugar seguro.
un refugio que el cuerpo reconoce
más allá de toda referencialidad.
las ventanillas del día hicieron un salto imposible.
el punto de descenso nos podría causar gracia
dentro de unos años. ahora no es otra cosa:
la luz sobre el café contornea
universos cerrados para el mundo
El altar es más grande que la casa.
Una joya pintada en el punto más alto
descubre el cuerpo a resguardo
del santo de yeso.
Un sacudón de banderas rojas
ocupa el lugar de la cruz.
En estos pueblos, el santo nunca es idéntico
-la única repetición son los deseos que le piden-.
Con el gesto irreal de los favoritos
armaron una sonrisa del tamaño de los sueños
para que sea un rostro con posibilidades humanas,
la fatal pertenencia al orden de los vivos.
¿Quién hizo este trabajo
de ablandar los materiales
para que un santo de pie
presida la intemperie,
y la detenga?
Siempre el más humilde es el único que cuida de los peligros
de la resignación cristiana,
el más débil, el estanco en la miseria,
arma un rectángulo
una geometría para la acumulación de futuros imposibles.
Ni los perros se guarecen a su sombra.
Lo que quiero decir
casi siempre me es escamoteado.
Lo que quiero decir, es decir
lo que nunca debiera torcer su dirección,
pero que siempre fatalmente
se tuerce y malogra.
Nunca tuve una buena relación
con las palabras y cuando ellas
me llegan ya casi no me sirven.
Sólo a veces vislumbro la felicidad
de lo que debió haber sido.
Es cuando me abandono, callado y destruido,
al flujo suave de la tarde
sin más intención que la de mirar
el lento movimiento de las nubes
y dejarlas hacer.
Entonces percibo el rumor
sereno y silencioso.
Sentado en mi vieja reposera
miro el cielo vacío
y escucho lo que nunca escuché.
Pero lo escucho como su viniera de muy lejos
y no tuviera para mí
ni principio ni fin
y por eso mismo
nunca pudiera ser escamoteado.
📚 De "Trabajo nocturno"
si tu lengua apoya las cacerías del silencio
sobre mi lengua
hablaré
montaña oscura
madre clavada en la nieve
madre clavada en el ángelus de la caverna
en la vidriera en la rueca de los cuentos
en la tonada de mi tonada puesta del revés
que no puedo sacarme sin muerte
palabras lentas de mi cuerpo en otra parte
palabras fuertes mis enemigas
raspan la noche el sol que me embarazó
sumergida campana que cruza
los caminos y los huesos
me pusieron por nombre una raya roja
en la ingle
alegría
antes que el otoño fusile a las mariposas
estaremos en el fondo de las pudriciones
caballo blanco
tubérculo que brilla en el regazo
y arroja el oro de los muertos
sobre el recién nacido
el sol su cadera móvil y simple
pasará frente al lenguaje
y hablaré
alguien corta los hilos del bosque
y deja los ojos de mi madre
en el suelo oscuro
puestera del silencio
yo vi una luciérnaga
y las llaves que sólo cierran
el alba y los ojos
adiós dije adiós a las palabras
voy a dormir sobre el sexo de un color
el agua que yo tuve en la infancia
está dentro de tu boca
la lentitud abre sus muslos de colores
y me separo de la muerte
con algo que la luna mece en mi cadera
muchacha que saltas a la soga
sobre la vereda caliente
o la caída de las hojas
o el miedo
feroces mandíbulas te educan
puestera del silencio
la camisa planchada y doblada
los ojos de mi madre en el suelo oscuro
adiós dije adiós a las palabras
la basura decora mi piel
como un relámpago
📚 de "Notas salvajes"
El amor viene con su follaje de tinieblas
Y un torrente de astros.
Con el tiempo, este lado y el contrario son lo mismo
los sucedidos cambian de nombre y lugar
y esta pasión cuerpo a cuerpo
devorada por el celo.
Con el tiempo a una se le dan vuelta las cosas
las repite al revés
como si hubiera sucedido mañana.
Con el tiempo a una la dejan sin sueño
sin miedo
sin huesos
lo único cierto
es que hijos se lleva el agua.
Al sur del río del asombro, una cantata de siringas antecede el vuelo entre las joyas florales. Al mediodía, las notas agudas sincronizan la esperanza: son las dramaturgias del cortejo. Fue el viento el que pintó el primer mirlo y la luz, su descendencia. Los pájaros y su interminable respeto hacia las líneas del cielo llevan un collar que se llama tersura azul. El coro será un recuerdo para quienes estén atentos. Para los otros la noche se impone como un cuerpo de silencio.
📚 de Hora de aves, "Inédito"
¿Qué le diré al compañero
que ha faltado hoy?
¿Que me recargó
de trabajo a mí y no al patrón?
¿Que la cosecha
espera sus callos?
¿Que el agua fresca
del descanso es más sabrosa?
No. No le diré eso.
¿Le dejaré un mensaje edificante
que no leerá?
No. Mañana lo saludaré
y esperaré su saludo.
"Cada mañana trae su pena"
(dijo el hijo del carpintero)
y cada atardecer su descanso
hasta que llegue
El Telegrama Final.
Invocación
Debajo de la almohada
dejo flores de lavanda.
Todas las noches
estiro las sábanas
invoco al descanso
con la palma de mi mano.
Adoración
Santa del pueblo
guardiana y protectora
en una estampita
llevo tu foto
creo
en tus poderes.
Yo no soy un babacho, no soy un ciruja,
lo que pasa es que tuve algunos problemas:
un palo en la cabeza que me dieron las vecinas
por haberme atrevido a espiar en sus bombachas,
compañeros de la escuela que se iban de mi lado
cuando hacíamos la ronda (decían que mis dedos
estaban arrugados y apestaban a creolina),
un tío un poco idiota que chorreaba las paredes
con el locro del invierno que tragaba a cucharadas
los domingos de mayo.
Y yo nací en mayo y fue domingo, debe ser
que esa mugre de mi tío se prendió en mi cabeza
porque ahora la gente me choca en la ruta
y me deja tirado y me dice babacho.
Está bien que soy pobre y no tengo aparador
ni moto ni casa para guardar chucherías
pero no soy un babacho: me gusta el basural,
esa junta de gomas, costra y carretadas
de arpillera y alambre poco iluminado
por las noches, cuando no pasa nadie,
ni siquiera un ratón, y chupo solitarias
cáscaras de papa, y pienso que vivir
es lo que me gusta, y esperar la tormenta,
y hacer el amor con todo lo que pasa
en mi cabeza: la pelusa
que les crece a los niños al salir de la escuela, el dobladillo
del batón de las abuelas que se arruga cuando esconden caramelos, la pintita
de sangre en el hocico del cuis que escarba una trinchera, la corteza
mojada del lapacho al que me trepo cuando hay viento, las gotas
de la lluvia que me pegan en la cara como agujas,
yo me dejo,
me hago lazo,
me dejo acariciar y meto la piel mía
en todo lo que sea cóncavo en el mundo.
1.
No tengo nada en contra mío
pero le pongo empeño
en derrumbarme
a veces
como la lavanda
sobre su tallo
leñoso
y retorcido.
Rodeo con la mirada
la planta
que en una esquina
del cantero
se yergue
y se derrama
hacia la calle.
Abro la canilla y empiezo el riego.
La tierra quiere conversar:
quien habla no está muerto.
Me contento con entrever
un modo de existencia
aunque me falte
el lenguaje.
2.
Abandono el deseo
de abandonarlo todo.
Armo un ramo de lavanda
y recojo las sobras de cada espiga
toda molida como la fe.
Me gustan las flores apenas cortadas,
cuando su vida existe
lejos del cuidado
y las expectativas de futuro.
Miniaturas violetas,
sus despojos fragantes
se desarman adentro de mi mano.
Las huelo y florece en mí
un recuerdo que se vierte
en cada gota de agua.
La presión del riego es fuerte
como la orina de un potrillo.
Una luz modesta tiembla
entre los árboles.
La lluvia de la manguera golpea
la fragilidad de las flores pequeñas.
3.
Mi abuela guarda en la cartera
un cordón umbilical
y unos mechones
de pelo.
Hojas secas de la vida.
Podría escribir con las plantas
un libro de preguntas.
Para existir necesita
ser nombrado.
Una mujer sin lengua
crece en la corteza
que habla.
El agua orienta al agua,
el aire orienta al aire.
Yo no puedo orientarme
a mí misma.
Corto mi cabeza como una flor.
Quiero restituir un orden.
Riego el silencio de las flores
con palabras.
Amenazo la bondad de la naturaleza.
También tuve lagartijas en mi infancia
pero ellas no me hablaron
ni me dijeron madre.
La lavanda crece mejor
en suelos secos.
Oscurece.
Me animo a silbar
aunque sea de noche.
frente al espejo / haciéndome el amor
porque no encontré un pajarito / el espejo
se ha roto esta noche
los medios se agotaron / me he vuelto
un monstruo / un animal fabuloso
he devenido marta / pegame y llamame carlos
suzanne marcel proust c’est fantastique
te miro y creo que eres o que sos
no sé / cómo llamarte / si has perdido
todo trazo de tu nombre / toda huella de tú
tu vergüenza / “lo que hay que ver
en estas épocas” / se agotaron los medios
me pliego y digo amor / caniche / chucherías
maldito cucharas mórbido / quereme
El amor picaresco
salta como una pulga
pica las mejillas
la ingle
los muslos
la espalda.
El picaflor del emperador chino
pica las rejas de su jaula
el duro bronce inmutable brilla en la mañana,
así el amor,
pica los corazones más duros
que los convierten en coladores de carne
en cuyos agujeros diminutos se escapa la tarde
la ternura,
y la tibieza del vientre
mientras afuera…
los destellos de los gritos
y los colores de la pólvora nos llenan de afloradas desgracias humanas.
Pica la flor del pubis, la lengua del picaflor
y el amor juega a ser eterno
eterno ardor de no encontrarte en ningún rincón.
El imperio se corona de lamentos de gatos
lamento de amor de una ciudad apestada a hambre,
mira el niño la corona vistosa en la vidriera
vacío son los pies descalzos que solo saben de cemento caliente,
pica el olor a vainilla en su pequeña nariz
de tortas que un vendedor ofrece con cariz.
El amor revolotea entre el humo negro
el aire es espeso como el aceite verde que viaja por los ríos,
los ojos de la muchacha miran el cielo
las manos tajeadas
la caña azucarada,
los pechos desnudos…el campo quemado,
oscuros los pezones que miran como girasoles a su amado.
Pasea el picaflor por las plantaciones que imagina desde su ventana
mientras el cerezo se estira para recitarle los poemas
que las jóvenes lavanderas cantan en la montaña,
pica la caña caramelizada
de cuentos de una libertad
que sueña picando los barrotes de su jaula.
Cierta vez
vi a un perro perseguir a una avioneta.
Correrla a través de la pista
soltando tarascones
al aire
en el momento del despegue.
Un poema se domicilia en ese perro
hay un poema
que alquila una pieza por ahí
el intento desesperado
de morder
aquellas formas que despegan.
debajo de mi están
son muchos lunados abismos
espectadores de todos los torsos que tuve cerca
sintientes del profundo universo de mis emociones
y sutiles ventiscas de rarezas
los observo
los toco
los cuento
de a uno
distintos
marrones y dulces
los uno con el trazo de mis dedos
salto sobre ellos
y prendo las notas musicales que escucho
y no se tocar en las cuerdas
ya van dos constelaciones
de muchos lunares ancestrales que cuento
miro los que tengo en el brazo izquierdo
se que son la huella de la bruja ardida por odio
quemada en la plaza del pueblo
la misma de la que jamás me contaron la historia
los del medio son escudo lunero
pienso son estrellas que han muerto hace rato
y cayeron entre los mundos que armo para existir
y seguir respirando lo que no entiendo
hay uno en el centro de mi panza
en él
respiraron mis hijos
por allí
les canté para que duerman de noche
y nazcan con los ojos abiertos
tengo varios
y creo que mañana tendré aún muchos más
quizás me vuelva uno de ellos algún día
y allí sea parte
aún más firme de todo este cosmos
que nada en el flujo de la sangre
en gotitas
y a goteras hacia el cántaro
se agrupan sobre los límites de la piel
juegan y juegan
bailan y bailan
en mi espalda
en mis manos
en mi rostro añejo
en mi toda
respiro el cielo
una nube ha dado la vuelta completa
y los vuelvo a contar
A Maximiliano Witte
¿Qué estaré siendo yo de este lugar
que ha parido la presa de su cacería?
Entenado de mis muertos
llevo una flor a su caridad
para que vuelva en mí esta comarca,
pero es tarde,
el cielo envejeció
y el espacio ha crecido demasiado.
He gozado todos los sonidos,
me he dejado llorar
por ojos difuntos,
he besado a mi época en la lengua
y a esta altura
soy el cielo de mis fornicaciones
y la intemperie donde flameo, inhumano.
Entro a la tormenta de la casa vacía
y lluevo largamente,
con la copa en las raíces,
asfixiado por el aire,
y, enguantado por mi oscuridad,
pudro mi leña,
eyaculo el escenario,
pierdo los papeles, tacho la luz,
lastimo la función.
Los otros no saben que están dentro
de un día que no amaneció,
el que me he robado
mientras del suero de mi cerebro
se amamantaba la noche
cuando yo tiraba mis huesos al aire
y ni la muerte los reconocía.
Tengo dentro
un salto de pájaro espantado,
un niño helado en su futuro,
un camino que no deja de ir
y un árbol inmóvil
soltando frutos oscuros.
No hay contemplación: mi limosna es mi cuerpo.
Ya no me sirve el universo
ni le sirvo yo.
Hacia una luz inválida se va el día.
Y no me lleva.
Donde yo duermo, trinan como perras,
mendigas, las palomas.
Un hombre
toca el timbre.
Al salir
me pregunta
si tengo perro.
Le digo que no.
¿Y la cuchita?
señala,
apuntando con el mentón.
Es empleado municipal
y tiene el aire triunfal
de haber
descubierto
una falta.
Se me murió, le digo,
guardo la cucha
de recuerdo.
La mención de la muerte
lo trastorna
y me pide disculpas.
Lo veo alejarse
y pienso
en mi padre.
En
lo
de
él
que
no
guardo.
Lluvia lenta y charcosa, hoy.
Dos autos rojos sobre el gris
y, por supuesto, taxis.
Hace un año, mi padre, su
gran cuerpo inocente en una clínica de extramuros,
me daba algo a saber. Soy
ese que pasa ante vidrio iluminado, ante
plástico blando, hierro pintado y mármol
como quien siente algo que llueve atrás: palabras
(“Oro”, una palabra: tres letras en papel fluorescente).
Ahora, arribado al fin a esta planicie del cosmos, puedo ver
algunas cosas: charcos,
hojas de paraíso en la luneta de un dodge,
dos “o” y una “r” fluorescentes, mármol, plástico y
cielo entre el agua, etcétera,
como quien dice “esto era todo”.
¿Esto era todo? Uno: ni azar ni error,
ni el cumplimiento del mandado de nadie. Dos:
saliva agolpada en la boca, tensión muscular.
Tres: manchas, rostros (¿igual que pétalos
en una rama húmeda?). Cuatro: esta ciudad
vulgar en la que vivo
es la misma en que amé y no creí ser amado. Cinco:
de la violenta madrugada, estas paredes
tienen fosforescencias como de mar, una
palabra me inquietaba, o dos. Seis:
lo que llamaba “el corazón”. Siete: la carne,
eso que está, no el alma, eso que al final
se retira y se aplana, terreno de nadie.
Odio las flores. Son como mujeres casadas.
El ocio de las flores. Su manera de abrirse a los labios de las abejas.
Mastico flores con furia. Les muerdo los cuellos tensos, los pezones de colores, las bocas fragantísimas. Les hundo la lengua hasta la raíz de la savia.
Diseco las flores. El odio a las flores. Mueren ahí, sin agua, en el jarrón. Algunas, después de muertas siguen perfumando.
Mastico el vocablo flores. Es trabajoso. Disléxico.
Mastico tus flores, las muerdo, las escupo, las beso, me relajo, me duermo, me muero; me estoy durmiendo, muriendo. Huelen a madre, esperanza, calabaza, ají, noche, seda, manos.
Las benditas. Las impuras.
De modo que soñé
con un hombre anciano
que siendo mi padre
no tenía su rostro.
Él y yo.
Yo y él.
frente al mar,
amenazados
por un muro de sal,
hermanados
por la misma incertidumbre,
temiendo morir bajo el peso
de aquel muro
Mi padre
sin su rostro
dictaminó la cruel sentencia:
moriremos aplastados.
Desperté
de este lado
en esta orilla
sin mi padre.
Luego
acaso muy tarde
lo supe
para vivir
para vivir
no queda más
que adentrarse
en las aguas.
Cuando digo venga
a nosotros tu reino,
como luz escapada entre dientes
es esta oración.
Ojos de naipes.
Desbaratados,
abruptos pozos
abiertos en el aire.
Cuando digo venga
a nosotros tu reino,
intento
con ganzúa
abrir el único ojo
de la aguja
que aguarda a los pobres.
Cuando digo venga
a nosotros tu reino,
soplo venturosa
sobre ramas secas.
Y enciendo un fuego
para entibiar primero
mi corazón.
📚 Del libro "Intempérica"